Vivir sin hacer nada.
Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde,
la carta que le escribes a un amigo,
la opinión sobre un lienzo,
que dirás en la charla,
pero que no tendrás el torpe gusto de pretender escrita.
Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos,
y el invierno lentísimo que invita a la nostalgia
(¿de dónde esa nostalgia?).
Salir todas las noches,
arreglarte el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas,
perseguir y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi,
gozando en la memoria,
porque hablan de vellos y delicias y escondidos lugares,
y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos.
¡Qué frío amanecer entonces, qué triste es, qué bello!
Las sábanas te acogerán
después un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes nada.
(No consultas oráculos).
Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas,
las rosas de un banquete suntuario,
y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada.
Cuidar lo que no importa.
Y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.
Luis Antonio de Villena
"El viaje a Bizancio" 1972 - 1974